-Ya no llores, por favor, no llores. Así no puedo pensar.
-¿Cómo quieres que no llore con lo que me hiciste?
-Perdóname...
-Es que no puedo. Tan sólo verlo ahí tirado, destrozado. Se ve tan poca cosa ahora...y todo es por tu culpa. No puedo tener una sola ilusión sin que la destruyas. ¿Por qué lo hiciste?
-No sé. De verdad no sé ¿Cómo quieres que sepa? Ví cómo lo veías ¿Creías que no me iba a dar cuenta? Ese brillo en tus ojos, esa mirada, cómo mojabas tus labios...es que no puedo resistirlo, simplemente no puedo.
-¿Qué es lo que no puedes resistir? No te entiendo.
-¡Que seas feliz!
-¿Tanto me odias?
-Sabes que no te odio. Sabes que lo mirabas demasiado, que no podías concetrarte en otra cosa, que no dejabas de pensar en él.
El reloj de pared emite su insistente, insoportable repiqueteo en lo más alto, en un punto casi imposible de distinguir a simple vista.
La luz a través de la ventana comienza a desaparecer.
Ahora los dos están llorando, hasta que él reacciona y le toma la mano con timidez.
-Mira, si seguimos llorando y no pensamos en lo que haremos nos encontrarán, y lo verán...así. Tenemos que desaparecerlo.
-¿Y cómo piensas explicar lo que pasó?
-No sé, no importa, ya veremos. Tienes que ayudarme.
-¿Por qué habría de hacerlo? ¡Yo lo quería!
-Porque me quieres y nada más por eso. No me importa lo que digas yo sé que me quieres.
Por unos larguísimos instantes se miran a los ojos. Ella sabe que es cierto, pero el odio le nubla la vista. Un odio pasajero, por supuesto. Él lo sabe y se vale de eso, es demasiado inteligente. Quisiera destruirlo, pero no es el momento. No ahora.
-Además, si tú me denuncias nos separarán. No sé cuánto tiempo pasará antes de que volvamos a vernos. Te quedarás sola. Y yo...no sé qué pasará conmigo.
Ella suspira desesperada, mira alrededor intentando buscar una señal. Se acerca a la enorme mesa y tiene que hacer un esfuerzo para tomar unas servilletas.
-¿Crees que vas a limpiar con eso? ¿Qué no ves la cantidad de...esa cosa? Esas manchas no se quitan así.
-Ah ¿entonces cómo? Sabes demasiado. Ya lo habías hecho antes ¿verdad?
-¿De qué estás hablando? Estás loca. Si sigues peleando se nos va a acabar el tiempo. No tardan en llegar y lo descubrirán.
-Bueno, entonces lo que tenemos que hacer es deshacernos de él, de todos los pedazos, luego limpiamos el piso y las salpicaduras.
-Trata de no mancharte, porque seguro inspeccionarán tu ropa cuando no lo encuentren.
-Voy a buscar algo en dónde meterlo.
La casa se ha vuelto más grande en los últimos minutos, parece un laberinto. Ella siente cómo el miedo la ha mareado y ya no reconoce su propia casa. Corre entre las habitaciones, se tropieza, cae y siente que las lágrimas inundan sus ojos, pero no puede dejarse vencer. Finalmente recuerda lo que ha visto en televisión y opta por una bolsa de plástico. Cuando regresa a la cocina él está inclinado, mirando hacia el piso, como hipnotizado.
Lo llama por su nombre y agita la bolsa para despertarlo de su letargo. Él parece no comprender.
-Mira, lo metemos aquí y luego...lo enterramos en el jardín, por ejemplo.
-No tenemos tiempo para eso. Además, nos ensuciaremos la ropa de tierra y sospecharán. Tiene que ser algo más limpio que eso.
-¿Lo tiramos a la basura? El basurero de afuera es bastante grande, además, como está en pedazos será más fácil hacerlo caber. Podemos envolverlo en más bolsas, y echamos periódico y...
-Lo descubrirán inmediatamente.
-¿Lo quemamos?
-No arderá rápido, está como...húmedo. Y el olor...
Se miran, comprenden. Ambos saben que existe una solución. Lo saben porque habían soñado con eso días atrás. Sin atreverse a confesarlo sabían que el otro deseaba lo mismo, era como una obsesión. Por eso los celos de él, por eso el odio; porque él también lo deseaba.
Ahora no importaba, ahora ya no era la gran cosa. No era hermoso ni atractivo ni...sin embargo estaba ahí, había que deshacerse de él antes de que alguien descubriera el delito. Les tembalaban las manos. Una gota de sudor corría por la frente de él y sus ojos, incapaces de parpadear, la absorbieron. Le ardió pero no perdió el control. Sabía que ella pensaba lo mismo y que lo entendía pero que no se atreveria a decir nada si él no hablaba.
-Lo comeremos. Así nadie lo encontrará jamás. Tendremos cuidado de no ensuciarnos. Es más, nos quitaremos toda la ropa para no ensuciarla y luego nos bañaremos. Todo habrá desaparecido. Las manchas y salpicaduras serán fáciles de limpiar. Incluso con servilletas si quieres, ya que tanto te gustan.
Los labios le temblaron ligeramente y trató de ocultarlo bajando la cabeza, no quería que él lo notara. Él la comprendía perfectamente, seguramente se sentía culpable de haberla hecho sufrir y por eso ahora ofrecía esa solución. Era viable, era muy viable pero no podía darle el gusto de sentirse mejor. Era el momento de la venganza. Se olvidó de las consecuencias y gritó:
-¡Claro que no! ¡Qué asco!
Él estaba desesperado. El sonido del altísimo reloj que colgaba de la enorme pared le recordaba que no les quedaba mucho tiempo. Se miró las manos. La miró de reojo. Estaba enojado, se sentía com un animal. Tenía ganas de echarse sobre ella, de jalarla del cabello y llenarla, ensuciarla de todo eso para que admitiera que era lo que quería, que era lo que había provocado con sus miradas, sus insicnuaciones, sus labios...
Respiró hondo y decidió actuar fríamente. Ella no podía resistirlo mucho, lo quería y tendría que ayudarlo tarde o temprano, o al menos cubrirlo.
-Pues si tú no me ayudas no me importa. No me voy a quedar aquí esperando que nos descubran y me lleven y me quieran hacer pagar por algo de lo que no me pienso arrepentir. Me voy a quitar la ropa y me lo voy a comer...todo, pedazo a pedazo. Tú tendrás que ver, y si no quieres, vete o empieza a limpiar. No voy a dejar que me castiguen, que me lleven y que tengas el gusto de verme mal.
-¿Y si hablo?
-Nadie te creerá, no habrá pruebas para incriminarme.
Ella lo vio quitarse la ropa. Luego miró el piso. Luego el reloj. Si al menos no estuviera tan arriba y pudiera ver la hora, así sabría cuánto tiempo quedaba.
Le aterraba la idea de que los descubrieran, pero más aún de que no les diera el tiempo y los encontraran así: desnudos, devorando como salvajes. No podría soportar la humillación.
Sin embargo...parecia que él lo estaba disfrutando. Sentía repulsión y a la vez necesidad de...Sentía odio hacia él pero era cierto, nunca podria odiarlo del todo. No podía pensar. Ahora él se quedaría con todo y ella con nada.
Abrió la boca, cerró los ojos y sumergió su mano...aún estaba caliente. Sintió ganas de vomitar pero era muy tarde, ya estaba demasiado invlucrada, así que lo introdujo en su boca y tragó.
El sabor no era malo, era dulce incluso, mejor de lo que había esperado.
De repente el sonido del reloj se opacó. Sintieron que la puerta que daba a la calle era abierta, oyeron pasos. Abrieron los ojos para enfrentarse con el miedo del otro. Terror. En lo único que pudieron pensar era en vestirse. Como pudieran, con lo que encontraran, ensuciándose como animales. Ahora habían denigrado el crimen. Nadie creería que había sido por celos, un sentimiento humano y espiritual. Culparían a la gula, a la lujuria. Los juzgarían como a bestias que responden únicamente a sus instintos y no razonan. Los verían con esa mirada como de superiores, como si ellos nunca lo hubieran hecho. Bastardos. Como si fueran mejores por ser más poderosos. Cerdos.
No alcanzaron ni siquiera a ponerse de pie cuando la puerta se abrió. Estaban perdidos, humillados, descubiertos.
-¡Castigados! ¡Están castigados!...Jaime, ven a ver o que hicieron tus hijos.
Cólera, ella sólo fingía la cólera, ellos lo sabían y eso los hacía sentir más desprecio.
-Me pasé toda la mañana hciendo ese pastel ¡Son unos cochinos! ¡Mira, mira cómo dejaron mi piso! ¡Y su ropa! Váyanse a bañar. No quiero verlos, y se van cada uno a su cuarto, y no pueden hablarse hasta que yo diga.