10.15.2006

Un diálogo cualquiera. Cualquier día, en cualquier momento.

PERSONAJES:
ESPOSA
ESPOSO

(Está la esposa sentada, llega el marido).

ESPOSO Hola (beso)
ESPOSA Hola amor ¿Cómo te fue?
ESPOSO Bien (se sienta frente a ella) Oye, no me había fijado que no me habías planchado esta camisa y así me la puse. Todo el mundo se ha de haber dado cuenta.
ESPOSA (Lo examina) Mmm… pues según yo sí te la había planchado. Mira, fíjate en las mangas: sí está planchada, nada más que no se le quitan bien todas las arrugas, por el material, yo creo.
ESPOSO (Sin verla a la cara)Pues a mi madre le quedan perfectas, le deberías decir que te enseñe.
ESPOSA (aparte) Otra vez…(molesta. Se levanta) ¿Ah, sí? No me digas. Además de que cocina y lava mejor que yo, también plancha. (Irónicamente) ¿Y qué más sabe hacer tu mamá? Seguro que sabrá hacer un ensayo sobre la Literatura Española de la Edad Media.
ESPOSO Ay, claro que no.
ESPOSA ¿No? Bueno, pero se sabrá las declinaciones del Latín. (Pausa, se miran enojados) ¿Tampoco? Fíjate… pero seguro que puede hacer la trascripción Fonética y Fonológica de cualquier dialecto.
(Silencio)
ESPOSA ¿No?
ESPOSO (resignado, suspira) No
ESPOSA (con fingida sorpresa) Ah… no sabe, pero lava, cocina y plancha, qué versátil la señora.
ESPOSO (se levanta) Ya párale ¿no?
ESPOSA (Bajando el tono, pero con ironía leve) No te enojes, mira, si quieres me salgo del trabajo, aprendo a planchar, y ponemos un negocio de planchar ropa. Creo que pagan como doce pesos por camisa ¿Cómo ves?
ESPOSO (bajando el tono) Pues ganarías lo mismo, pero ya, olvídalo, no quiero pelear ¿Qué hay de cenar?
ESPOSA (sonríe)

9.07.2006

El castigo sin crimen de Kafka y las mujeres.

Franz Kafka creía que su padre violaba su privacidad poque vivía con él. Según Milán Kundera, Kafka fue capaz de imaginar un estado totalitario (que en su tiempo no existía) conociendo unicamente su núcleo: la familia. Una familia donde existe el totalitarismo, en este caso ejercido por el padre dominante.
Afortunadamente para Kafka (y desafortunadamente tal vez para la Literatura de nuestro siglo), él no conoció la vida en pareja. A él no le tocó ser mujer (lo que es bueno, porque de ser así probablemente su obra no habría llegado a nuestros días), ni vivir al lado de alguien que controla -o lo pretende- cada latido de tu corazón.
Alguien que no sólo es capaz de observarte mientras duermes, mientras comes, mientras te bañas, incluso mientras tienes un orgasmo. No sólo te observa, está ahí. No te deja un segundo, quiere saber todo de ti, pregunta el por qué de cada suspiro.
La prisión es como un mal matrimonio.
Un mal matrimonio es como vivir en libertad condicional. Sin oportunidad de desaparecer de la ciudad (o del país) cuando mejor nos convenga o cuando se nos antoje. Sin capacidad de llegar a una hora no establecida a dormir, con las llamadas restringidas, con la necesidad perpetua de borrar todos los mensajes sospechosos del celular , cada mail incriminatorio…¿incriminatorio de qué? ¿Es culpable el que tiene amigos? ¿Es un crimen ser infiel? Desgraciadamente no.
Kundera dice que en Kafka podemos apreciar al castigo en busca de su culpa. Así vivimos las esposas, aún del siglo XXI, buscando la culpa al castigo eterno de lavar, pulir, limpiar, cocinar, llorar. El castigo de llorar por todo o por casi nada. Nadie cree ya que sea un castigo por el estúpido crimen de haber hecho comer una manzana a un estúpido hombre en el principio de los siglos.
Las más feministas están condenadas a no conseguir una relación estable y las que han decidido cultivar su inteligencia antes que su belleza (por razones médicas o personales) viven con la sentencia de las miradas de indiferencia de todo hombre; aún cuando este no cultive su belleza, no sea particularmente atractivo o siquiera inteligente.
Como estos hay muchos castigos, pero ¿Cuál fue el delito?
No es una cuestión de género, ya que hay mujeres a las que la vida parece sonreírles. No es cuestión de dinero, ni siquiera de suerte.
El delito podría ser el haberse enamorado alguna vez.

El número telcel que usted marcó...


"No es mi culpa, es de la televisión, un programa bueno tras otro. No me dejan vivir"
Homero (Simpson, claro)
Del otro lado del teléfono no hay nadie.
Ni debajo de la cama.
Ni en ningún lado.
Por eso dejamos de sentirnos solos cuando estamos frente a la computadora o el televisor.
No hay nadie ahí, lo sabemos y no importa, porque parece que ahí están, que son muchos y que están bien.
A diferencia de los que creemos que deberían estar ahí, pero no nos contestan y se niegan a estar donde deberían, es decir, en el mundo. Se niegan a existir y por eso se niegan a responder. Nos enfrentan con su silencio, con una grabación que nos invita a dejar un mensaje porque la persona de momento no existe, pero en cualquier momento puede regresar a nuestra esfera de acción y sabrá lo que queremos decirle.
La televisión no nos obliga a esto. La televisión está ahí (aparentemente) y nos habla aún cuando decidamos no estar y no responderle, aun cuando le ofrezcamos un silencio de muerte y nos ocupemos en nuestros asuntos. Ella seguirá hablando, acompañando (aparentemente) y llenando nuestro vacío que no es únicamente el de la casa, sino uno mucho más grande (menos aparente).