2.15.2007

Sobre el amor

La mayoría detesta que exista un día para celebrar el amor y la amistad.
Creen que es cursi, publicitario, meloso, estúpido...
Sin duda así se ha vuelto, pero si nos vamos al fondo del asunto. El amor y las relaciones humanas son lo que nos alimenta y nos permite seguir vivos. Es parte de la razón de nuestra existencia.
Otra vez, frases cursis y hechas. Ni modo, no hay manera de expresarlo. No hay cómo hablar de eso sin destruirlo, porque se trata de una esencia inasible. Apenas rozada por pintores, poetas y locos.
Los amargados que no tenemos pareja y que nos dejamos envolver por la publicidad que nos circunda nos sentimos desgraciados al notar que el día al que nos enfrentamos se presenta lleno de corazones, globos, flores y demás melosidad asquerosa, intragable, insufrible.
Los que tiene pareja se enfrentan a la difícil desición de unirse ala cursilería por temor a que el otro piense que no es correspondido.
No es recomendable quedarse con eso. Con lo que la gente común de poca imaginación utiliza para expresar sus sentimientos.
Más provechoso resultará reflexionar (o no reflexionar y simplemente hundirse) en el sentimiento.
Porque todos hemos querido y seguiremos queriendo, porque nuestras amarguras tienen de fondo una luz de lo que fue y aunque ya no sea sigue ahí, por que es lo más grande.

2.01.2007

Profeta multicolor


“Espera lo inesperado”

Hoy un payaso del semáforo y yo esperábamos juntos el alto en un camellón; yo para seguir con mi camino, él para seguir con su trabajo.
En eso, el extraño sujeto me interpela diciendo:
-Amiga: Dios te ama… y yo también.
Si un idiota en bicicleta, o un albañil, o un tipo de traje, o un sujeto de la escuela, o cualquier otra persona del mundo me hubiera dicho eso; seguramente me habría molestado, aunque sea un poco; pero no hay que perder de vista que quien me hablaba era un payaso.
Portaba colores de pies a cabeza. Tenía nariz roja de plástico y todo. Esa especie de payasos - los de semáforo- suelen llevar el pelo largo, negro y chino. Así se da esa especie, supongo. Los de circo lo llevan vede o rosa… En fin, volvamos al hecho:
Me quedé perpleja intentando verlo a los ojos, desgraciadamente su nariz roja me distrajo. No pude evitar sonreír. Era el piropo - pensé- más original que me habían dicho en el día.
Los sujetos que suelen ofenderme en la calle con sus piropos (entiédase idiotas en bicicleta, albañiles, viejos en traje, nacos en autos, un tipo en muletas…) no acostumbran ser originales. De hecho, todos dicen lo mismo. A la mayoría ni siquiera se les entiende. Se alcanza a distinguir únicamente un balbuceo con voz atrevida y a la vez ofensiva, algo como: “preciosa” o “grasosa” o “carnosa“ o “babosa”… lo mismo da.
El caso es que agradecí cortésmente la muestra de afecto del payaso. Después de todo ya habíamos esperado juntos el alto un par de ocasiones antes (eso creo, aunque bien podría haber sido otro payaso de semáforo).
El extraño ser se sintió entonces alentado a seguir la conversación y comenzó a hablarme de la palabra de Dios.
“¿Qué es esto?” pensé un tanto asustada “¿Un payaso misionero? ¿Le doy dinero?” Me es imposible repetir sus palabras porque no las recuerdo, ya que estaba ocupada preguntándome cosas como las que he mencionado. Lo que sí recuerdo bien es que me indagó si yo servía al Señor. Estuve a punto de decirle que no creo en ningún Dios, que no me importa la religión, etc., etc., pero pensé que eso rompería el encanto y que además el alto estaba próximo a llegar y ese tipo de revelaciones requieren algo más de tiempo que una luz verde. Además, en todo caso, yo tengo un hijo y hacerse cargo de una criaturita inocente del Señor puede considerarse, en mis términos, como servir a Dios. Podría explicarle esto en un par de luces verdes si era necesario. Por lo pronto me limité a decir con voz un tanto insegura:
-S-sí.
Y entonces remató el predicador:
-¿Y lo sirves con hechos o nomás de palabra?

Se esfumaron mis respuestas. No atiné a responder. Recordemos que no me encontraba ante un sacerdote ni un intelectual en un café, ni siquiera un familiar entrometido. Estaba frente a un tipo de ser humano pintado de colores que me miraba de forma preocupante.
“Chin, ya me condené” pensé, recordando alguna cosa que leí en algún lado escrita por alguna persona similar a la que tenía enfrente.
Entonces el profeta multicolor sentenció un par de citas de la Biblia (o tal vez serían de algún párroco o incluso podrían ser de un moderador de doble “A”). Desgraciadamente el rojo se puso y no alcanzó a convencerme. Yo continué mi camino de perdición y él se puso a trabajar, lanzando unas bolas que parecían tocar el cielo, donde seguramente los ángeles y ese tipo setres se alegrarían de verlas subir y bajar. Él posiblemente ya no pesnaría en esto, ya que tenía que concentrarse, medir el tiempo, ganar dinero. De algo tienen que vivir los obreros de la Fe.

El Humo Azul



El que ahora miras bailar y moverse entre el humo azul del escenario, es el hombre que recogerá tus suspiros desesperados.
El hombre sin nombre, sin color,
que regala rosas de madrugada y desaparece al amanecer.
El hombre con piel lisa adornada con dragones que recuerdan los cuentos que el abuelo contaba a los cinco años.
El hombre con dibujos de fantasía en el cuerpo.
El hombre de fantasía que no pertenece a tu mundo.
El hombre sombra que besa los brazos,

su sonrisa dice todo sin necesidad de decir nada.
Él brilla en el escenario bailando de noche.
que toma tu mano con una mano grande y firme
y te bautiza en su sudor para que empieces a existir desde ahora.
El otro, él (y ninguno).
El que es como todos y como nadie.
El hombre de sombra y de noche que besa tus labios.
que esconde su mirada porque no tiene.
El que baila, repta entre tus piernas, se mueve, se detiene y sigue bailando, porque no pierde el tiempo pensando, prefiere cerrar los ojos y olvidarse, y reflejarse en los tuyos y tomar esa imagen y besarla y devolvértela sin lágrimas, sin prisa, sin tiempo.
Y vuelve a bailar y a detenerse, y entonces duerme,
y el ritmo de su respiración invita a un nuevo baile interminable y mortal.
Es como el mar que ondea, enorme, en perpetuo movimiento. Que respira y arrulla y luego obliga a temerle. Como el mar que te envuelve, te asfixia y te da vida. Ondulante, fuerte, magnífico. Aunque es un mar que se evapora y que no existe, que se parece más al cielo porque flota.
Él sólo es una nube, pertenece a un sueño de ojos abiertos.
Él fuma cigarros sin olor que producen un humo azul que provoca que las sombras queden tatuadas en el cuarto.
Con un abrazo fuerte y un beso suave, te sumerge en el sueño doloroso de su breve existencia.

Pues sí, todos podemos ser cursis. Tenemos derecho ¿no? Desde que Sibo dijo que la cursilería no es pecado la he practicado sin temor a Dios.